Terroristas declarados, terroristas disfrazados
por el Movimiento de Adecentamiento de la Universidad de Panamá (MOVADUP)
En cualquiera de sus modalidades, el terrorismo implica la muerte o avasallamiento de inocentes que nada tienen que ver con los motivos de los conflictos que dan origen a este crimen. Pero el análisis no se limita a la clasificación de los “actos terroristas” según una visión convencional que distingue, por ejemplo, el asesinato, el atentado, el secuestro o el asalto. También se refiere a enfoques retorcidos que aparentemente se repelen con respecto a los que son a su vez construidos por los rivales, pero que confluyen en brutal complicidad.
En el mundo occidental, se entiende mucho de las bajas acciones que perpetran los llamados “grupos terroristas”. A ellos corresponde la clasificación convencional de los crímenes que realizan. Suelen reivindicarlos con sus nombres, sustentarlos en posiciones calculadamente fanatizadas de tipo ideológico o religioso y perpetrarlos a través de personas dispuestas a inmolarse. Es un terrorismo de la impotencia y la desesperación que es propagandeado como justicia y martirio por quienes lo llevan a efecto. Valores retorcidos, humanidad perdida…
En cambio, para la opinión pública de las naciones donde suelen estar afincados estos grupos, quienes practican el terrorismo son las potencias occidentales. Estas no solo perpetran las actuaciones de la clasificación clásica, sino que, al contar con ingentes recursos militares, económicos y políticos, van desde el chantaje y asedio económico contra países y pueblos que no comulgan con ellas a la amenaza de guerra y a acciones militares directas. Estas últimas son las más detestables, pues las bombas que lanzan desde barcos o aviones no distinguen entre quien sea “terrorista” y quien no lo sea. A los perjuicios así ocasionados los llaman “daños colaterales” y son maestros del eufemismo para dar nombres digeribles a las mismas acciones perversas: la tortura es “interrogatorio”; los asesinados, “bajas”; al chantaje económico le llaman “sanciones” y al secuestro, “captura”.
Terrorismo hay tanto de grupos irregulares como de gobiernos e incluso, si se practica continuamente por varios de estos en una misma jurisdicción nacional, sin que sus leyes y pueblos logren impedirlo, “de Estado”. Este es el caso de Israel, Francia, Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos y en ello no se diferencian esencialmente de Boko Haram, Al Qaeda o el ISIS. Esta coincidencia no es casual. A ambos enfoques retorcidos les conviene la zozobra internacional en donde la competencia geo-estratégica y económica de las potencias y sus Estados espoliques promueve a los grupos terroristas como instrumentos de su ambición financiados generosamente por ellos, o en elementos cuyos deleznables atentados sirven para infundir el miedo en los países occidentales que justifique acciones como derrocamientos e invasiones por petróleo (Libia, Irak), burdas venganzas con mal disimulada intención imperialista, (bombardeos franceses en Siria) o para tomar a países en conflicto como escaparates de sus armas sofisticadas (como han hecho EU y Rusia).
Se trata de una simbiosis brutal e inhumana. Ante el público proclaman hipócritamente repelerse, pero se necesitan mutuamente. Coinciden en un hecho importante: la manipulación de las mentes deseducadas, propensas a fanatizarse o a convencerse de que son enemigos los que en realidad resultan ser los mejores aliados. Duro es el trabajo para ello, pero la rebelión contra esta inhumanidad debe provenir de los pueblos del mundo entero. Estos no deben dejarse envolver, asustar ni manipular más ni por el fanatismo ni por la propaganda. El sentido crítico de una educación para la libertad debe ser el más formidable instrumento contra quienes manipulan las conciencias de los pueblos. ¡No al terrorismo! ¡Ya no más fanáticos estultos ni Estados rapaces! ¡Recordemos a las víctimas y luchemos por la paz!
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