Urbi et Orbi
Pope Francis’s 2017 Christmas message
Dear Brothers and Sisters, Merry Christmas!
In Bethlehem, Jesus was born of the Virgin Mary. He was born, not by the will of man, but by the gift of the love of God our Father, who “so loved the world that he gave his only-begotten Son, that whoever believes in him should not perish but have eternal life” (John 3:16).
This event is renewed today in the Church, a pilgrim in time. For the faith of the Christian people relives in the Christmas liturgy the mystery of the God who comes, who assumes our mortal human flesh, and who becomes lowly and poor in order to save us. And this moves us deeply, for great is the tenderness of our Father.
The first people to see the humble glory of the Savior, after Mary and Joseph, were the shepherds of Bethlehem. They recognized the sign proclaimed to them by the angels and adored the Child. Those humble and watchful men are an example for believers of every age who, before the mystery of Jesus, are not scandalized by his poverty. Rather, like Mary, they trust in God’s word and contemplate his glory with simple eyes. Before the mystery of the Word made flesh, Christians in every place confess with the words of the Evangelist John: “We have beheld his glory, glory as of the only-begotten Son from the Father, full of grace and truth” (John 1:14).
Today, as the winds of war are blowing in our world and an outdated model of development continues to produce human, societal and environmental decline, Christmas invites us to focus on the sign of the Child and to recognize him in the faces of little children, especially those for whom, like Jesus, “there is no place in the inn” (Luke 2:7).
We see Jesus in the children of the Middle East who continue to suffer because of growing tensions between Israelis and Palestinians. On this festive day, let us ask the Lord for peace for Jerusalem and for all the Holy Land. Let us pray that the will to resume dialogue may prevail between the parties and that a negotiated solution can finally be reached, one that would allow the peaceful coexistence of two States within mutually agreed and internationally recognized borders. May the Lord also sustain the efforts of all those in the international community inspired by good will to help that afflicted land to find, despite grave obstacles the harmony, justice and security that it has long awaited.
We see Jesus in the faces of Syrian children still marked by the war that, in these years, has caused such bloodshed in that country. May beloved Syria at last recover respect for the dignity of every person through a shared commitment to rebuild the fabric of society, without regard for ethnic and religious membership. We see Jesus in the children of Iraq, wounded and torn by the conflicts that country has experienced in the last fifteen years, and in the children of Yemen, where there is an ongoing conflict that has been largely forgotten, with serious humanitarian implications for its people, who suffer from hunger and the spread of diseases.
We see Jesus in the children of Africa, especially those who are suffering in South Sudan, Somalia, Burundi, Democratic Republic of Congo, Central African Republic and Nigeria.
We see Jesus in the children worldwide wherever peace and security are threatened by the danger of tensions and new conflicts. Let us pray that confrontation may be overcome on the Korean peninsula and that mutual trust may increase in the interest of the world as a whole. To the Baby Jesus we entrust Venezuela that it may resume a serene dialogue among the various elements of society for the benefit of all the beloved Venezuelan people. We see Jesus in children who, together with their families, suffer from the violence of the conflict in Ukraine and its grave humanitarian repercussions; we pray that the Lord may soon grant peace to this dear country.
We see Jesus in the children of unemployed parents who struggle to offer their children a secure and peaceful future. And in those whose childhood has been robbed and who, from a very young age, have been forced to work or to be enrolled as soldiers by unscrupulous mercenaries.
We see Jesus in the many children forced to leave their countries to travel alone in inhuman conditions and who become an easy target for human traffickers. Through their eyes we see the drama of all those forced to emigrate and risk their lives to face exhausting journeys that end at times in tragedy. I see Jesus again in the children I met during my recent visit to Myanmar and Bangladesh, and it is my hope that the international community will not cease to work to ensure that the dignity of the minority groups present in the region is adequately protected. Jesus knows well the pain of not being welcomed and how hard it is not to have a place to lay one’s head. May our hearts not be closed as they were in the homes of Bethlehem.
Dear Brothers and Sisters,
The sign of Christmas has also been revealed to us: “a baby wrapped in swaddling clothes” (Luke 2:12). Like the Virgin Mary and Saint Joseph, like the shepherds of Bethlehem, may we welcome in the Baby Jesus the love of God made man for us. And may we commit ourselves, with the help of his grace, to making our world more human and more worthy for the children of today and of the future.
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Urbi et Orbi
el mensaje de Navidad por Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Jesús nació de María Virgen en Belén. No nació por voluntad humana, sino por el don de amor de Dios Padre, que “tanto amó al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16).
Este acontecimiento se renueva hoy en la Iglesia, peregrina en el tiempo: en la liturgia de la Navidad, la fe del pueblo cristiano revive el misterio de Dios que viene, que toma nuestra carne mortal, que se hace pequeño y pobre para salvarnos. Y esto nos llena de emoción, porque la ternura de nuestro Padre es inmensa.
Los primeros que vieron la humilde gloria del Salvador, después de María y José, fueron los pastores de Belén. Reconocieron la señal que los ángeles les habían dado y adoraron al Niño. Esos hombres humildes pero vigilantes son un ejemplo para los creyentes de todos los tiempos, los cuales, frente al misterio de Jesús, no se escandalizan por su pobreza, sino que, como María, confían en la palabra de Dios y contemplan su gloria con mirada sencilla. Ante el misterio del Verbo hecho carne, los cristianos de todas partes confiesan, con las palabras del evangelista Juan: “Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1,14).
Por esta razón, mientras el mundo se ve azotado por vientos de guerra y un modelo de desarrollo ya caduco sigue provocando degradación humana, social y ambiental, la Navidad nos invita a recordar la señal del Niño y a que lo reconozcamos en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que, como Jesús, “no hay sitio en la posada” (Lucas 2,7).
Vemos a Jesús en los niños de Oriente Medio, que siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos. En este día de fiesta, invoquemos al Señor pidiendo la paz para Jerusalén y para toda la Tierra Santa; recemos para que entre las partes implicadas prevalezca la voluntad de reanudar el diálogo y se pueda finalmente alcanzar una solución negociada, que permita la coexistencia pacífica de dos Estados dentro de unas fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional. Que el Señor sostenga también el esfuerzo de todos aquellos miembros de la Comunidad internacional que, movidos de buena voluntad, desean ayudar a esa tierra martirizada a encontrar, a pesar de los graves obstáculos, la armonía, la justicia y la seguridad que anhelan desde hace tanto tiempo.
Vemos a Jesús en los rostros de los niños sirios, marcados aún por la guerra que ha ensangrentado ese país en estos años. Que la amada Siria pueda finalmente volver a encontrar el respeto por la dignidad de cada persona, mediante el compromiso unánime de reconstruir el tejido social con independencia de la etnia o religión a la que se pertenezca. Vemos a Jesús en los niños de Irak, que todavía sigue herido y dividido por las hostilidades que lo han golpeado en los últimos quince años, y en los niños de Yemen, donde existe un conflicto en gran parte olvidado, con graves consecuencias humanitarias para la población que padece el hambre y la propagación de enfermedades.
Vemos a Jesús en los niños de África, especialmente en los que sufren en Sudán del Sur, en Somalia, en Burundi, en la República Democrática del Congo, en la República Centroafricana y en Nigeria.
Vemos a Jesús en todos los niños de aquellas zonas del mundo donde la paz y la seguridad se ven amenazadas por el peligro de las tensiones y de los nuevos conflictos. Recemos para que en la península coreana se superen los antagonismos y aumente la confianza mutua por el bien de todo el mundo. Confiamos Venezuela al Niño Jesús para que se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos componentes sociales por el bien de todo el querido pueblo venezolano. Vemos a Jesús en los niños que, junto con sus familias, sufren la violencia del conflicto en Ucrania, y sus graves repercusiones humanitarias, y recemos para que, cuanto antes, el Señor conceda la paz a ese querido país.
Vemos a Jesús en los niños cuyos padres no tienen trabajo y con gran esfuerzo intentan ofrecer a sus hijos un futuro seguro y pacífico. Y en aquellos cuya infancia fue robada, obligados a trabajar desde una edad temprana o alistados como soldados mercenarios sin escrúpulos.
Vemos a Jesús en tantos niños obligados a abandonar sus países, a viajar solos en condiciones inhumanas, siendo fácil presa para los traficantes de personas. En sus ojos vemos el drama de tantos emigrantes forzosos que arriesgan incluso sus vidas para emprender viajes agotadores que muchas veces terminan en una tragedia. Veo a Jesús en los niños que he encontrado durante mi último viaje a Myanmar y Bangladesh, y espero que la comunidad internacional no deje de trabajar para que se tutele adecuadamente la dignidad de las minorías que habitan en la Región. Jesús conoce bien el dolor de no ser acogido y la dificultad de no tener un lugar donde reclinar la cabeza. Que nuestros corazones no estén cerrados como las casas de Belén.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros se nos ha dado una señal de Navidad: “Un niño envuelto en pañales…” (Lucas 2,12). Como la Virgen María y san José, y los pastores de Belén, acojamos en el Niño Jesús el amor de Dios hecho hombre por nosotros, y esforcémonos, con su gracia, para hacer que nuestro mundo sea más humano, más digno de los niños de hoy y de mañana.
A vosotros queridos hermanos y hermanas, llegados a esta plaza de todas las partes del mundo, y a cuantos os unís desde diversos países por medio de la radio, la televisión y otros medios de comunicación, os dirijo mi cordial felicitación.
Que el nacimiento de Cristo Salvador renueve los corazones, suscite el deseo de construir un futuro más fraterno y solidario, y traiga a todos alegría y esperanza. Feliz Navidad.
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