El intento de Simón Bolívar de unificar América Latina fracasó aquí. Hay muchas repúblicas, con sus diferentes historias y aspiraciones, y ninguna de ellas internamente homogénea. Sin embargo, el sueño sigue vivo.
El Congreso Anfictiónico de Panamá
por Olmedo Beluche
Entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826, se reunió en Panamá el Congreso Anfictiónico, el cual tenía el gran objetivo de crear una confederación de los pueblos iberoamericanos, desde México hasta Chile y Argentina. Era el momento cumbre de las revoluciones independentistas hispanoamericanas.
Parecía llegado el momento de consolidar y cimentar sobre bases firmes la decena de jóvenes repúblicas que acababan de nacer. Era la hora de construir y dejar atrás la fase destructiva que toda revolución conlleva. Había que unirse y reforzarse, pues los peligros acechaban a los inexpertos estados: la anarquía interior, la posibilidad de invasiones de reconquista por parte de Fernando VII apoyado por la Santa Alianza europea, la voracidad comercial del imperio británico y de los ya temibles Estados Unidos.
El Congreso Anfictiónico de Panamá fue, a la vez, la culminación del máximo sueño de Bolívar y el comienzo de su fracaso. Esta magna asamblea debía fundamentar una gran nación que, por extensión, población y riquezas naturales jugaría un papel de primer orden el mundo. Frente a la gran capacidad visionaria del Libertador, se opuso la cortedad de miras de oligarquías regionales de latifundistas y comerciantes supeditados a los capitalistas extranjeros.
Pero la aspiración legítima a la unidad latinoamericana, el “sueño” de Bolívar, no ha muerto, sigue presente y activo en la lucha de los oprimidos del continente, de sus clases trabajadoras. Ella ha sido la base de un antiimperialismo siempre presente en nuestros países. Hoy, casi dos siglos después, otro venezolano ilustre, el presidente Hugo Chávez F., la ha retomado para hacerla una realidad tangible.
La lucha por la libertad siempre estuvo asociada a la idea de la unidad
A decir de los historiadores Celestino Araúz y Patricia Pizzurno, la idea de la unidad hispanoamericana estuvo siempre en las mentes de los libertadores. Desde “el Precursor”, Francisco de Miranda, cuando en 1791 en su Carta a los Americanos hablaba de “formar de la América una grande familia de hermanos”; pasando por la Declaración de los derechos del pueblo de Chile, en 1811, que invocaba la unidad continental para hacer respetar su soberanía; hasta en los primeros documentos del Libertador, como la Carta de Jamaica de 1815.
La idea de la confederación no implicaba para Bolívar el desconocimiento de las particularidades regionales, las dificultades geográficas y las diferencias económicas. En la Carta de Jamaica, éste reconoce la posibilidad que, de la independencia lleguen a surgir hasta 15 ó 17 estados “independientes entre sí”. Bolívar visualiza la consolidación de seis repúblicas principales: México, Centroamérica (incluyendo al Istmo de Panamá), la Gran Colombia (de la unidad de la Nueva Granada y Venezuela), Perú (incluyendo lo que sería luego Bolivia), Buenos Aires y Chile.
Estas repúblicas habrían de conformarse siguiendo la tradición del “utipossidetis iuris”, es decir, manteniendo la conformación política que le dio la administración colonial española a sus enormes posesiones en América. Sus gobiernos deberían ser centralistas, a criterio de Bolívar, ya que, para él, el federalismo a ultranza fue la causa de la división y fracaso de las primeras repúblicas proclamadas hacia 1810, período que se ha dado en llamar en Colombia de la “patria boba”.
Cuando, en la Carta de Jamaica, el Libertador especula con la idea de crear una sola nación continental adquiere un tono más bien escéptico, veamos: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América”.
En 1824, frente a una América liberada, Bolívar retoma la idea para concretarla, no está pensando en crear un solo estado nacional bajo un gobierno presidido por él, como falsamente adujeron oligarcas extranjerizantes, como Rivadavia, para justificar el boicot al Congreso Anfictiónico. Más bien tenía en mente una Liga o Alianza que fuera política, económica y militar, sin que ello significara la disolución de las repúblicas que le conformaran.
Por ello dice, en su Carta de Jamaica: “¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada, semejante a la del abate de St. Pierre, que concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones”.
Convocatoria del Congreso de Panamá
Apenas consolidada la Gran Colombia, y como su presidente, Bolívar realiza una primera convocatoria en 1822, sin mucho éxito, para reunir una asamblea “que nos sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias”.
El 7 de diciembre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, como jefe de estado de Perú, Simón Bolívar dirige una convocatoria a los gobiernos de Colombia la Grande, México, el Río La Plata, Chile y Guatemala (América Central), para instalar una Asamblea de Plenipotenciarios en Panamá, para “obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino…”.
Sobre los objetivos, dice: “Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre sólo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios, nombrados por cada una de nuestras repúblicas y reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español”.
Sobre la elección del sitio: “Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado, como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el África y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el gobierno de Colombia, para este fin, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las extremidades; y, por esta causa podría ser el lugar provisorio de la primera asamblea de confederados”.
¡Qué lejos estaba Bolívar de saber que, en esos tiempos, Panamá era una ciudad malsana, sucia y atestada de mosquitos que atacarían sin piedad a los delegados, produciendo en su séquito más de una muerte por malaria y fiebre amarilla! Situación que los llevó a apresurar los debates, tomar decisiones superficiales y reconvocarse, para o volver a verse, en otro lugar más benigno, como Tacubaya en México.
A inicios de 1826, en unas notas tituladas Un pensamiento sobre el Congreso de Panamá, Bolívar visualizaba: “Este Congreso parece destinado a formar la liga más vasta, o más extraordinaria o más fuerte que ha aparecido hasta el día sobre la tierra. La Santa Alianza será inferior en poder a esta confederación…”.
Bolívar frente a Inglaterra, Estados Unidos y Europa:
Un aspecto frecuentemente incomprendido, ha sido la importancia que Bolívar daba a las relaciones con la Gran Bretaña. Los cipayos que históricamente nos han supeditado a los intereses imperialistas han querido justificar sus actos en la doctrina bolivarista. Algunos han querido sostener sobre este hecho el posterior “panamericanismo”, de inspiración y hegemonía norteamericanas. Nada más falso.
Para el Libertador, establecer unas relaciones internacionales privilegiadas con el imperio británico tenía propósitos tácticos, con miras a consolidar la independencia de las nuevas repúblicas, en primer término; crear las bases de un desarrollo económico y comercial, que sólo podía provenir de ella en aquel tiempo; y recibir el influjo de sus instituciones políticas estables, a las cuales admiraba, con excepción de la monarquía.
A mediados de los años veinte del siglo XIX, el mayor enemigo de las nuevas naciones seguía siendo España, bajo la monarquía de Fernando VII, restaurada y apoyada por la llamada Santa Alianza de las potencias europeas.
La relación privilegiada con Gran Bretaña, por parte de Bolívar, buscaba un poderoso aliado que le permitiera confrontar a España y la Santa Alianza que, en ese momento, hacían planes concretos para invadir América hispana y restaurar el régimen colonial.
Su rechazo a la presencia de Norteamérica se debía fundamentalmente a que no quería ofender a Inglaterra, que esperaba fuera la aliada fundamental. Aunque ya caracterizaba a aquel país y su gobierno, del que diría en 1829, en una carta al embajador inglés (rechazando su oferta de dejar un monarca europeo al frente de Colombia ante su ya previsible retiro político): “… Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.
En esto, como en todo lo demás, el vicepresidente Santander actuaría como un judas, traicionando la opinión de Bolívar e invitando a Estados Unidos al Congreso de Panamá.
El presidente norteamericano John Quincy Adams enseguida aceptó la invitación e instruyó a sus delegados para que rechazaran “toda idea de un Congreso Anfictiónico investido con poderes para decidir las controversias entre los estados americanos para regular de cualquier forma su conducta” (el “divide y vencerás” ya era parte de su doctrina continental); impedir el surgimiento de nuevas colonias europeas (“América para los americanos”, del norte, por supuesto); e impedir cualquier expedición liberadora a las últimas colonias españolas, Cuba y Puerto Rico (¿ya planeaban la guerra de 1898?). Por suerte, los delegados yanquis no pudieron estar presentes en el Congreso, dado que uno falleció (R. Anderson, embajador en Bogotá) y el reemplazo, J. Sergeant, no llegó a tiempo.
Por su parte, el primer ministro británico Canning, a decir de Jorge Abelardo Ramos, designó a Mr. Edward J. Dawkins, con precisas instrucciones para enfatizar que el Congreso Anfictiónico debía respetar las leyes marítimas inglesas e impedir a toda costa una confederación encabezada por Estados Unidos. Este último sí estuvo presente en las sesiones, y entre sus influencias negativas se cuenta la insistencia para que Hispanoamérica indemnizara a España por la independencia.
Las oligarquías y los imperios conspiran contra el Congreso Anfictiónico
La propuesta del Congreso fue acogida con beneplácito por los patriotas de todos lados. José Cecilio del Valle, a la cabeza del gobierno de Centroamérica, ya desde noviembre de 1823, aceptó la invitación hecha por Bolívar en 1822. Otro actor importante lo fue el canciller de México, Lucas Alamán, quien era un firme partidario de la unidad hispanoamericana.
De modo que se hicieron presentes en Panamá: Mariano Michelena y José Domínguez, en representación de México; Antonio Larrazábal y Pedro Molina, por Centroamérica; Lorenzo Vidaurre y José M. Pando, por Perú; y los anfitriones colombianos, el canciller Pedro Gual y Pedro Briceño Méndez.
Chile, que había respaldado la idea durante el mandato de O’Higgins, finalmente no asistió. Brasil, que también fue invitado, no concurrió, aunque sí lo hizo el patriota José Ignacio Abrau e Lima, “o General das Massas”. El Paraguay, presidido por el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, ya había iniciado su política de aislamiento y autarquía.
A decir del historiador argentino, Jorge Abelardo Ramos, quienes se resistieron desde un inicio a la convocatoria del congreso fueron los gobernantes de Buenos Aires, ciudad que ostentaba la representación de las relaciones extranjeras de las Provincias Unidas del Río de La Plata. En Colombia, ya jugaba el mismo papel el general Santander, vicepresidente de la república. Su gobierno estaba marcado por la corrupción. Éste y sus aliados ya habían iniciado el trabajo de zapa contra la obra de Bolívar, cuyo prestigio envidiaban y cuya visión de conjunto chocaba contra sus mezquinos intereses localistas.
Hacia 1825-26, la conspiración montada por Santander cobró fuerza ante el temor que les causaba la Constitución boliviana, redactada por el propio Libertador, en la que se proponía crear un sólo estado confederado que incluyera junto a la Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador) al Perú y la recién creada Bolivia.
Los limitados resultados del Congreso de Panamá
En estas circunstancias políticas, y agobiados por los mosquitos panameños, los delegados al Congreso Anfictiónico de 1826, produjeron cuatro resoluciones en diez sesiones que distaban mucho del magno objetivo propuesto por Bolívar. La declaración central, lejos de crear una Asamblea continental de amplios poderes, limitó sus atribuciones a la de negociar convenios mutuos y a un papel de mediación en caso de conflictos.
Por encima del mandato conjunto de esta magna asamblea, se privilegió la soberanía fragmentada de cada república. De modo que sus resoluciones no tendrían carácter vinculante y sólo serían meramente declarativas o exhortos. Contrariando la propuesta de Bolívar crear una poderosa fuerza militar conjunta de sesenta mil soldados, como clara advertencia a las potencias europeas, supeditadas a un único mando dirigido por el Congreso Anfictiónico, se resolvió establecer una cooperación militar limitada en la que cada estado preservaría los reglamentos y mandos de sus fuerzas militares.
Las sesiones concluyeron con el acuerdo de volver a reunirse en Tacubaya, México. Poco después, consciente del fracaso, Bolívar evaluaba lacónicamente los resultados del Congreso: “Su poder será una sombra y sus decretos, consejos, nada más”. En 1829, haciendo un balance general (“Una mirada sobre la América española”) era claro y pesimista: “No hay buena fe en América, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las Constituciones libros; las elecciones combates; y la vida un tormento. Esta es, americanos, nuestra deplorable situación”.
Por ello, nos parece pertinente concluir aquí con una reflexión, sobre la aspiración bolivariana y la propuesta federal del insigne panameño-colombiano del siglo XIX, Justo Arosemena, que hiciéramos en nuestro libro La verdadera historia de la separación de 1903:
“La aspiración bolivariana a la unidad era correcta y visionaria en el sentido de que sólo la unidad política hispanoamericana, montada sobre los elementos culturales y geográficos comunes, podría asegurar el desarrollo de un Estado nacional fuerte y autónomo, capaz de desempeñar un gran papel en el concierto mundial, gracias a sus enormes riquezas naturales y humanas. Pero, dadas las condiciones objetivas aludidas, la unidad hispanoamericana tenía también un carácter utópico, que el propio Bolívar sufrió personalmente.
La desmembración de la embrionaria unidad latinoamericana, fue justificada por las oligarquías regionales con la excusa del excesivo centralismo de que se acusaba a Bolívar. Las oligarquías regionales pintaron el centralismo propuesto por Bolívar como la génesis de una odiosa dictadura alejada de las necesidades locales. Pero las repúblicas constituidas sobre la base de intereses regionales sólo se transformaron en débiles Estados, girones destrozados de aquella gran Nación soñada por Bolívar, que fueron fácil presa de los intereses ingleses y norteamericanos”.
Bibliografía
Araúz, Celestino A. y Pizzurno, Patricia G. El Panamá Colombiano (1821-1903). Primer Banco de Ahorros y Diario La Prensa. Panamá, 1983.
Beluche, Olmedo. Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá. Editorial Portobelo. Pequeño Formato 115. Panamá, 1999.
Beluche, Olmedo. La verdadera historia de la separación de 1903. ARTICSA. Panamá, 2003.
Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1985.
Gómez, Laureano. El final de la grandeza. Editoria Hojas e Ideas. Santa Fe de Bogotá, 1993.
Ramos, Jorge Abelardo. Historia de la nación latinoamericana. Editorial Prensa Moderna. Cali, 1986.
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