En los huesos

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Una mandíbula del Centro de Visitantes de Panamá Viejo que carece de desarrollo dental en la parte inferior, lo que es consistente con la oligodoncia y está asociada con varios síndromes genéticos.

La huella del sufrimiento, en los huesos

por STRI

Antes los restos humanos eran considerados un estorbo en las excavaciones arqueológicas. Hoy son considerados una valiosa fuente de información para entender los modos de vida de las poblaciones prehistóricas y sus padecimientos.

A poca distancia de lo que ahora se conoce como la Villa de los Santos, en la península de Azuero, abundaban los casos de una enfermedad infecciosa causada por bacterias del género Treponema, posiblemente sífilis o pian. Transmitidas de persona a persona a través del contacto, sus secuelas quedaron registradas en los huesos de los enfermos.

Así las detectaría la bioarqueóloga y paleopatóloga del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), Nicole Smith-Guzmán, dos milenios después. Con su formación, conoce hasta el más mínimo detalle de todos los huesos en el cuerpo humano. Y si nota algo fuera de lo común, comienza a investigar su porqué.

Su descubrimiento de la Treponema entre los huesos en cementerios indígenas del sitio arqueológico de Cerro Juan Díaz en Azuero, es solo una de varias patologías que ha encontrado entre quienes nos precedieron. Y aunque estamos acostumbrados a escuchar que los españoles plagaron a los grupos indígenas de enfermedades cuando llegaron al istmo, ¿de qué padecían estos antiguos pobladores antes de la llegada de los europeos, y qué nos dice esto de sus estilos de vida?

En los restos del yacimiento en Azuero, surgieron otras señas curiosas. Los huesos del oído interno de varios cráneos masculinos tenían un crecimiento óseo inusual. Smith-Guzmán encontró que esto ocurre frecuentemente entre los surfistas y que está asociado con las actividades marinas cuando hay corrientes de viento frío. Consciente de que estos grupos humanos valoraban mucho dos especies de conchas de Spondylus para confeccionar joyas, se logró inferir que los hombres con el crecimiento óseo solían bucear en búsqueda de este molusco en el Pacífico, donde hay corrientes muy frías en verano.

No es la primera vez que se aprende más acerca de los antiguos pobladores de Panamá por medio de sus huesos. Sin embargo, no fue hasta los años noventa que empezó a surgir este interés. Antes de eso, el campo de la arqueología se enfocaba en la cultura material. En algunos casos, hasta se consideraba un inconveniente toparse con esqueletos en una excavación. La bioarqueología y la paleopatóloga no eran campos reconocidos.

“Los arqueólogos mismos no comprendían la gran importancia de esta disciplina. Cuando yo era estudiante, los restos humanos se consideraban un gran estorbo, en vista de que perturbaban la estratigrafía cultural que se consideraba lo más importante”, admite el arqueólogo del Smithsonian Richard Cooke, asesor de Nicole.

Antes de Nicole, la estudiante colombiana Claudia Díaz había hecho un esfuerzo por estudiar los restos de Cerro Juan Díaz con una mirada bioarqueológica para su tesis de licenciatura. Era 1999 y las técnicas no eran tan avanzadas como ahora, pero de alguna forma Claudia preparó el terreno. En su tesis ya hacía inferencias sobre la dieta de estos antiguos pobladores, algo con lo que Nicole continuó cuando llegó a STRI hace pocos años.

De los dientes, por ejemplo, pudo sacar algunas conclusiones: que la dieta era rica en alimentos con alto contenido de azúcares, principalmente maíz, pero también yuca, camote y frutas. Además, pudo deducir que consumían una dieta de alimentos suaves, al encontrarse con mandíbulas que no se habían desarrollado por completo. Dientes desalineados, en otras palabras. Hoy en día esto se acomoda con la ortodoncia, pero en aquellos tiempos no había nada que hacer.

Ciertos habitantes de la comunidad también experimentaron enfermedades raras, como la de los huesos frágiles, que podrían deberse a una baja diversidad genética. Según las crónicas de la época del contacto español, cada comunidad con la que las tropas españolas se toparon en las llanuras al oeste de Chame hablaba un idioma distinto – “lengua de Chirú”, “lengua de Natá” etcétera.

“Esto podría indicar que una misma parentela indígena vivía por muchísimo tiempo en un mismo territorio por pequeño que fuera. Las parentelas vecinas llegaron a ser sus enemigos aunque siempre comerciaban entre sí en momentos de paz”, explica Cooke.

Estas patologías raras aún ocurren en la sociedad moderna. Así como también el cáncer y las enfermedades venéreas, de las que nuestros antepasados tampoco se libraron. Las señales de Treponema que halló Smith-Guzmán en los huesos de Azuero, parecen estar más ligados con la sífilis que con el pian. Esto lo dedujo tras hallar una malformación específica de la sífilis en un diente. Y entre los restos de otro yacimiento en Bocas del Toro, encontró un cáncer de hueso, el primer reporte de uno entre sitios prehispánicos de Centro América.

Se trataba de una adolescente del siglo XIV. Y su entierro era atípico: estaba en Cerro Brujo, un asentamiento abandonado desde antes de su muerte. Que la hubiesen enterrado allí apunta a sus lazos ancestrales con el sitio.

Al final de cuentas, ¿de qué nos sirve entender las enfermedades antiguas? Para empezar, nos permite comprenderlas mejor en su contexto actual. En el caso de afectaciones comunes como el cáncer, se suele suponer que no impactaron a los humanos en el pasado.

“Al señalar ejemplos en poblaciones de varios siglos atrás, podemos verificar estas nociones y ayudar al campo médico a reducir los posibles factores de riesgo que conducen a la propagación de la enfermedad”, explica Smith-Guzmán.

También brinda la oportunidad de aprender más sobre el efecto de las enfermedades en los huesos. Muchas aflicciones pueden tener un efecto silencioso en ellos. La malaria parece ser una. En su caso, paleopatólogas como Nicole se dieron a la tarea de buscar lesiones óseas típicas de la malaria en restos de humanos antiguos, mientras que médicos clínicos hicieron una labor similar en ratones infectados.

“De esta manera la paleopatología y la medicina clínica pueden basarse en los hallazgos de cada uno para avanzar en la comprensión de la fisiopatología de las enfermedades”, agrega la científica de STRI.

Para ella, un último aspecto que rara vez se toma en consideración es cómo la paleopatología contribuye a entender el rol de las enfermedades en la historia humana.

La enfermedad mucha veces ha influenciado eventos históricos, pero se descuida en la documentación de estos eventos. Por ejemplo, si un ejército de un área endémica de una enfermedad infecciosa específica invadió otro país sin experiencia previa con la enfermedad, el invasor podría haber tenido una ventaja adicional.

“Los paleopatólogos pueden encontrar evidencia de esa enfermedad en los restos humanos para comprender mejor ese evento”, detalla Smith-Guzmán. “Además, estamos cada vez más interesados​​en conocer sobre la forma en que los miembros de una comunidad cuidaban de sus enfermos”.

De alguna manera, destacar la empatía que hubo en el pasado hacia los convalecientes puede brindarnos esperanza durante momentos difíciles como la pandemia que estamos experimentando hoy.

Como bioarqueóloga y paleopatóloga, Nicole Smith-Guzmán ha podido detectar una variedad de enfermedades en los huesos de los habitantes precolombinos de Panamá.

 

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Una tibia de la excavación arqueológica de Sitio Sierra, que muestra inflamación severa e hinchazón del hueso, así como lesiones focales, lo que sugiere una infección treponémica.

 

Un cráneo del sitio arqueológico de Playa Venado, que muestra las características lesiones de “caries sicca” de la enfermedad treponémica.

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